sábado, 31 de mayo de 2014

La Muy Macarena



Día grande Macareno. El centro de Sevilla colapsado por una marea de verdes Esperanza. Ya se escuchan adjetivos que no son nuevos en su concepto, pero imprimen la importancia de la jornada: "de macarenas maneras", "macarenizar"... Y así cuanto gustemos de ensalzar verbalmente el acto culmen del cincuenta aniversario de la coronación macarena (¡hala! Ahí va otro. Sin preposición ni artículo: Macarena sin más).

Las calles colapsadas entre macarenos cofrades y el resto. Porque macareno es un título que hay que resaltar y, como pasa en esta tierra que se mira tanto al espejo del río, después está todo lo demás.

A pocos le importarán que desde las claras del día esté la ciudad sitiada, suene el jolgorio de la muchedumbre enfervorizada, las terrazas de las cafeterías atestadas... Y si se quejan ellos verán. A ver quién es el guapo que rechista con la Señá Macarena vestida de madrugá.

Macarena es fe universal. Es nombre de muchachas en su reino de Sevilla, en Andalucía, España y la humanidad. Macarena es nombre de barrio universal. Y nombre de arco que le pone puertas: Postigo de la Macarena, gigante portal.

Macarena es un color, como las mariquillas su flor. Macarena es un palio. Macarena un bastión que lleva Sevilla entera, sean macarenos o no.

Macarena tiene nombre marinero, ancla del barco entre aguas del desespero. Que no se enfaden los trianeros, que Esperanza es nombre de velero que, como dijo Machado, dos velas sopla el mismo viento. Y ese viento es el mismo también para el macareno.

De macarenos andares, de sentir macareno, de macarenas formas, de vivir macareno, de sueños macarenos, de madrugás macarenas, de macareno semblante... ¡Eso es, Macarena, amarte!

La ciudad que te tiene por bandera, se llena la boca al nombrarte, se le acelera el pulso al rezarte, se le seca la garganta al gritarte "¡Macarena!". De Sevilla, su estandarte.

Pues desde aquí que conste en letras de un gaditano que, con macarenas palabras, se hace eco de lo que vio esta mañana entre el gentío que acompañaba a la Virgen vestida de maravillas de Ojeda. A la ciudad hay que ponerle en su honrosa leyenda una que la eleve a la gloria: ...Y la Muy Macarena.

viernes, 30 de mayo de 2014

DE PROFUNDIS



Estando tan cerca de Pentecostés aún somos no pocos los "jartibles" que se giran cuando escuchamos un tambor por la calle; que nos entretenemos en ojear vídeos de la pasada magnífica Semana Santa, como esperando reencontrarnos con los sentimientos de aquellos momentos.


Por las calles aún resisten cortejos procesionales de devociones letíficas que calman el escozor de una semana de pasión que se queda corta y, entre marchas y perfumes de incensario del mes de María se alivian las sensaciones. Es así... No se puede negar lo básico que es el cofrade en ocasiones.


Es como el resorte de aquellas imitaciones de máquinas de fotografías que se vendían en los kioscos. Un click y salía disparado el muñequito del interior de aquella cámara.


Esta mañana, de forma inesperada me encuentro con unas imágenes de mi Cristo de clámide púrpura. Desde el interior de su templo se produce el inicio del Todo para los cofrades. 


Dejémoslo claro... La salida procesional es, para muchos, Alfa y Omega, porque es ahí donde se conjugan las sensaciones más íntimas. Funciona aquella idea que se pierde en las centurias de llevar la Iglesia a la calle.


Pero vuelvo a la impresión que me causa esa escena. Desde el coro, se graba aquello que sólo tienen la dicha de disfrutar unos pocos. Fuera, en la plaza, suena una marcha. El sol y las sombras de la parroquia se conjuran para tejer una cortina invisible, pero inefable. No se ve qué pasa dentro.


La multitud oye con expectación. Se ha hecho costumbre en tan poco tiempo que, previa a la salida, suene una composición como a modo de salutación. Son las vísperas que preceden a la celebración de la Eucaristía, donde se nos entrega a Cristo, Cuerpo y Sangre.


Mientras, dentro de aquél rectángulo sagrado una vivencia que se basa en el inicio de todo un camino de penitencia, un rosario de creyentes; cada uno una cuenta y cada cuenta un Misterio -doloroso o gozoso-. 


Las notas invaden el sagrado recinto y se levanta el paso. Tranquilo, a pulso, sin "¡al cielo con el romano!". Solo se oyen latidos emocionados -la percusión del alma-. El paso gira al compás buscando encuadrar el dintel de la puerta.


Sólo eso. Nada más.


De profundis clamavi ad te, Domine. Desde el abismo te llamo, Señor.


Porque esa es la evocación que aquél paisaje me rememoraba. Fuera, el gentío ávido de ver un año más como la Semana Santa nacía en su barrio otro Lunes Santo; dentro la contemplación, la emoción y la oración más íntima, como si esa fuera la última vez que fuésemos a contemplar ese instante.


Suena la agrupación, el paso se cuadra, tres golpes de martillo, una voz que manda... 


Aquí empieza todo, ¿quién dice que acaba?


(Vídeo de Pepi García Valmaseda)


https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=10202280304544435&id=1095619903


jueves, 29 de mayo de 2014

Reflexión de un votante del montón




(No enjuiciad el escrito por la imagen. Leed la reflexión)

Pasaron las elecciones europeas, llegaron con sorpresas y dejaron tras de sí la incógnita de qué pasará en las próximas generales.

Los grandes partidos, como si fuesen el Madrid y el Barcelona, superados por un equipo empujado por un Simeone con coletas que supone un revulsivo al imperio político del PP-PSOE.

Sin duda ello refrenda el descontento e indignación de todo un país, y las europeas han sido la piedrecita en el cómodo zapato que calzaban sus señorías.

A raíz de ello muchos comentarios se han vertido en torno a la victoria moral, más que otra cosa, de grupos como Podemos, favorables para la izquierda, lamentables para la derecha. Se le atribuye simpatía, por ejemplo, por la causa independentista vasca y su apoyo a ETA, a raíz de unas supuestas declaraciones, ha ido encendiendo de forma peligrosa la mecha de una bomba que, a fecha de hoy, no se sabe siquiera si explotará.

La propuesta izquierdista de este grupo conlleva al planteamiento que, por ejemplo, IU desearía realizar pero que no ha hecho hasta ahora. ¿Por...? Desde su sede se habla de colaborar con Podemos para afianzar un modelo de política de estado afín a la ideología social de estas corporaciones. ¿Hablamos de bipartidismo de nuevo? 

La estampación de una imagen de Hitler con una frase sacada de un discurso suyo alentando a levantar una Alemania hundida tras la I Guerra Mundial, se ha establecido como común denominador entre el líder de este partido y el ignominioso dictador. Pero las cosas cuando se quiere se disparatan hasta lo imposible

A la nueva alternativa se une a Ciudadanos, UPyD (que ya estaba) y VOX, pero ninguno tan desequilibrante como el citado partido de Pablo Iglesias. Desequilibrante, desconcertante y sobre todo reflexivo, debe ser el punto y aparte que ha supuesto la irrupción de esta fuerza que, a días, gana apoyos. Al igual que lo hizo el movimiento 15M, el cuál se autoproclamó independiente y apartidista y hoy...  No se, no se... Me da que no eran tan neutrales como se definían.

De todas formas tomemos la imagen citada, su frase, y enmarquémosla fuera de los contextos que desde la izquierda y la derecha se han posicionado al respecto. Los defensores de tal idea lo demonizan y los que apoyan a Iglesias hablan de conspiración fascista.

Mi punto de vista. Votante del montón y sólo un número para los recuentos.

Si bien la mala baba está instalada en la política per se, no puede obviarse que de todo puede sacarse su reflexión. Y, en este caso, la cosa puede ir por aquí... 

España es un país políticamente débil que, además, ha sido ultrajado por esa casta (palabra de moda), saqueado y derrochada su economía. Durante años hemos visto cómo los ricos se enriquecían más y los pobres se endeudaban para sobrellevar cuantas cargas se presentaban. Es lógico que la sociedad española saltase por algún lado.

A nadie le gusta que le robe, pero si encima es descarado y en las propias narices, pues apaga y vámonos. Por eso el resultado de estas votaciones para las candidaturas europeas pues no me han  llamado la atención, la verdad. Sin embargo, sí es necesaria una meditación desde la cordura que en el éxtasis de unos y el temor de otros no se contempla y lo hago a colación de la nombrada imagen del canciller alemán.

A España no le valen nuevos valores que lleven a la subversión social, sino aquellos que la lleven a la estabilidad y a la credibilidad de personas que puedan cumplir con fidelidad el encargo de llevar hacia adelante su nación. No necesita de reformistas disfrazados de Robin Hoods, sino de gente que vea la realidad actual y trabaje por conciliar sociedad y política.

Es decir, cuando una parte del país ve en Podemos una solución, yo veo inestabilidad. Un proyecto basado en la idealización -insisto- de un concepto, pero en absoluto realista. ¿Pagar un sueldo por ser sólo español? ¿Y quién mantendrá tu futuro? ¿Con qué dinero? Y esto es sólo un ejemplo.

No digo que el programa de este grupo no sea el soñado por muchos, pero es incompatible con la verdad que hoy vivimos. 

En política, no todos son válidos, aunque parezcan que son la solución.

lunes, 26 de mayo de 2014

Triunfitos


Seguro que al leer el título se piensa en Bisbal y compañía, sin embargo la cosa va por otros derroteros, aunque también tenga que ver con dar el cante y con votos.

Tras el día de elegir representantes para Europa, conocer el resultado de las votaciones y sonreir ante la evidencia, queda la reflexión -la de verdad, no la que se hace como previa al día D-. 

PP y PSOE, los elegidos para tener que disputarse quién será salvado de ser expulsado de este concurso de dar la nota que es la política. Pero para ser sinceros... Creo que los primeros en caer seran los de Ferraz. Los socialistas no levantan cabeza desde hace mucho tiempo; da igual si ponen a Valenciano en vanguardia para Europa y a Susana Díaz en retaguardia como el gran recurso, fresco y algo ambivalente, que defienda la idea del partido a nivel nacional. 

El PSOE paga el precio de los gallos -los tonos discordantes- en sus actuaciones. 

El otro gran aspirante, el PP, sufre el síndrome del actor. ¿Qué es eso? Pues crear ficción en la realidad. No digo que este partido no haya cumplido con sus expectativas (impuestas por la propia Europa), pero es tal el papelón de buenos de la peli que creo que no se han fijado que más allá de las cámaras y videocámaras de los medios, no hay película que valga: existe una verdad dura que ningún final hipotético puede endulzar. 

Además de tener un gran miedo escénico. Su apariencia siempre maquillada, de punta en blanco, y con caritas de niños buenos que no rompen un plato si no es porque lo estaban fregando, refrenda el pensamiento de no pocos que creen que les acomplejan que les recuerden su pasado como parte de la derecha española (porque hoy son centro).

Pero hete aquí que irrumpen los inesperados. Aquellos que con -dicen- la humildad por bandera, con un pensamiento abierto y enfocado a la actualidad y a las necesidades que el gran público busca en los nuevos intérpretes, se han hecho un hueco en muy poco tiempo en el panorama lirico-político español: nuestros triunfitos.

Pequeños idealistas con una visión y versión de las urgencias que acucian al país más realista. Nada de grandes cohetes anunciando victorias que llegan a cuentagotas, mirando de reojo hacia atrás como recordándonos de forma constante por qué llegamos a esta situación. Nada de altavoces manifestando qué malísimos son los otros; fascistoides (que estas palabras gustan mucho) que nos han llevado a vivir de sobras y de la caridad -una vez que ya estábamos arruinados sin saberlo-. La rancia derecha, la izquierda rancia como ya titulé una vez en este mismo blog, con un discurso como el adjetivo indica que, además, es el que han planteado en estas semanas.

Estos nuevos protagonistas surgen de la desesperación, del hartazgo, de la imperante necesidad de cambiar a los pimpinelas, con sus tediosas y desfasadas discusiones sobre quien debe dar media vuelta y coger la puerta. 

Y el público ha hablado. La gran máquina electoral, el pueblo, ha decidido por abrumadora mayoría dejar de votar a lo Eurovisión. Esto es, por simpatías: 
"Suecia: 12 puntos. Noruega: 10 puntos. Dinamarca: 8 puntos..." Votó Islandia.

Los Ciudadanos Podemos  tener la VOX necesaria para una Coalición por Europa, Unidos por la Progresía y Democracia. Grosso modo...

Europa, seamos realistas, nos importa tanto como los Estados Unidos Arabes, es decir: lo justo para comprobar cuánto nos suben los impuestos en gasolina, electricidad... Y esto es así y quien me diga lo contrario, qué suerte... Vive en otro país que no es España. Sin embargo, los españoles queremos iniciar un cambio político urgente y con mensaje, y las elecciones al parlamento europeo han sido la gran llamada de atención.

Los triunfitos han demostrado que, sin ser mayoría, son capaces de arrastrar masas, de dar que hablar y de llevarse para sí los votos que, por tradición, se repartían los dos grandes tenores de siempre.

Este público tiene ganas de ver cómo se desenvuelven en el escenario las flamantes voces cantantes y hoy ha quedado reflejado como, a pesar de contar con gran número de apoyos los que ya estaban, en las tablas caben novedosas figuras.

¿Será el inicio del fin de una etapa que ya olía a fondo de armario sin ventilar, de donde se surtían del atrezzo necesario para sus funciones los cansinos cantores de galas rojas y azules?

Hoy Europe living a celebration

domingo, 25 de mayo de 2014

Aniversario de Esperanza

"Lágrimas de Esperanza que se convierten en cera y traen en mayo otra madrugá macarena"


Esperanza de San Gil, pasa la Virgen Macarena otra vez por calle Parra derramando devociones y petaladas de oraciones se cruzan ante su mirada.

 Salteras en su camino riega con pentagramas de plegarias por donde la Madre pasó y dejó mariquillas en Sevilla entera plantadas.

La tarde de un sábado de mayo se convierte en algarada. Por sus calles inciensos, sus balconadas engalanadas y corazones revestidos de medallas de madrugadas.

¿Hasta dónde, Esperanza, Madre de esta tierra que te alaba, eres capaz de llevar a este pueblo que te ama? ¿Hasta dónde, Señora de la Resolana?

Campanas que suenan a gloria despiden a la soberana, y su palio esmeralda se confunde con los azules de una primavera que se acaba.

En su cara una sonrisa. ¡Que no sale en la noche trágica! Que no va tras su Hijo a la sentencia que le aguarda. En su cara una sonrisa y una sonrisa es su cara.

Te llevan, Consuelo, Paz, Amor, Salud, Auxiliadora, Dulce Nombre de María, por caminos que son las cuentas de tu Rosario que rezuman sevillanía.

Devota hija de Ana, Esperanza Macarena -aquella que vive en Triana-soñaré verte de estrellas coronada que no hay oro que pueda vestir mejor tu planta.

Cincuenta años de macarenas remembranzas. Medio siglo desde que tu gente quisiera regalarte su amor en una presea de alabanzas.

(Imagen ABC)

sábado, 24 de mayo de 2014

La cajita plateá (a Cádiz)

¿Cómo es posible que entre ese hilo que separa mares de cielos quepa algo? 

O bien se ha desprendido un pedazo de azul etéreo o ha emergido una perla del fondo esmeralda donde bailan las olas.

Otra cosa no puede ser. En la distancia se observa la conjugación que la divina naturaleza nos regala: 
    
   "¿un cielo marinero o una mar celestial? ¡Qué difícil de explicar!"

Y en esta incertidumbre bendita surge una cajita de un blanco radiante con mil tesoros que guardaron quienes la tuvieron entre sus manos antes.

Abierta de par en par no se puede cerrar, no se quiere ocultar, no busca sus joyas reservar, sólo desea que otros ojos se puedan enamorar.

Cádiz, arcón que empuja Eolo en agüitas que Neptuno hace acunar, mientras que Momo le canta coplas al compás.

Que es mi joyero chiquito, repujado en las alpacas del mar, donde quiero mi corazón guardar y postrar su latido entre sus paredes plateás.

Donde el cielo empieza, donde comienza el mar, queda un hueco nada más que para Cádiz, estuche de una corona de sal.





viernes, 23 de mayo de 2014

Una historia en blanco

Unas hojas en blanco, una pluma y una flor.

Esa imagen que representaba lo bohemio de su existencia era la que, cada día, tenía retratada en su memoria.

Pulcro y ordenado hasta lo enfermizo, su escritorio era para él algo así como la camilla de un quirófano. Tenía que estar desinfectada de todo aquello que pudiera contagiar al paciente que tenía entre sus manos: su escrito. 

Su bisturí, camuflado en tinta negra, pretendía cortar con afilada perfección la carne misma de aquello a lo que intentaba dar forma.

Todo era milimétrico. Cada ruido en aquella casa estaba acompasado. El tic-tac de un antíguo carrillón, el canto ocasional de un jilguero enjaulado... Pocos sonidos que perturbasen, sólo aquellos que suponen un hipnotismo envolvente y oírlos llevasen a otros momentos atrás en el tiempo.

En su imaginación volaban, naufragaban, corrían, besaban, morían, revivían mil historias pero ninguna ayudaba a que el afinado estilete hundiese al fin su plateada cuchilla sobre la lechosa piel de aquellos folios.

Tras él, como si fuese un mundo distinto al que sus ojos veía cuando se enclaustraba entre la silla y el escritorio, su casa rezumaba una paz inmensa. Por la chimenea sólo el crepitar de alguna brasa que moría lentamente entre las cenizas de un fuego que, como la vida, fue apagándose por sí mismo. En toda aquella habitación, la luz de la mañana temprana concedía una visión irreal. Como si fuese algo que se estuviera soñando. Por los grandes ventanales, aún regados por imprecisas gotas que se deslizaban sobre ellos, se desperezaba la naturaleza dormida y se acostaba aquella otra, misteriosa y temida, que la noche amparaba.

Pero embargado en un universo en blanco, aquello no le importaba. No existía más que un gran espacio por conquistar. Galaxias enteras de personajes e historias tan similares a las del mundo de donde él venía y, a la vez, únicas. Quería vivirlas todas, conocer a cada uno de aquellos actores que de momento sólo eran desconocidos para él. 

Mientras los segundos pasaban, asomaban los primeros rayos de sol en aquella estancia donde las sombras creaban seres imposibles que la recorrían ocultándose entre los huecos. Duendes, trasgos, demonios, gnomos, espíritus todos se escondían ante la súbita aparición de aquellas cortinas que el astro rey extendía sobre su reino terrenal.

Con los codos apoyados en la mesa, el escritor se ahogaba en un mar sin fondo. De repente se encontró en una gran soledad y ante él, sin saber cómo, se adivinaban sus profundidades; no hallaba el consuelo de poder asirse a alguna tabla perdida en aquél océano de incertidumbres, no habían delfines que lo salvaran de hundirse, ni aparecían barcos a los que pedir auxilio, ni aves que indicasen la proximidad de alguna isla. Todo era vacío, silencio...

El creador de vidas, el dios que mueve los hilos de sus situaciones, se encontraba ante la terrible circunstancia de plantar las horas en aquél minúsculo rincón. Sin ideas claras, su deidad se consumía ante el desánimo.

Sin dudarlo retomó algunas notas olvidadas en uno de los cajones de su escritorio. Ideas que, en algún momento, pensaba utilizar.

Leyó con impaciencia esperando encontrar un salvavidas perdido de alguna tempestad que, otrora, hubiese vapuleado algún pausado navegar entre mares de letras. Pero nada... Aquella inmensidad se hacía insondable y no hallaba salvación alguna.

Cantos de sirena en sus oídos, que lograban que se sumergiese más y más envuelto en melodías inimaginables y ya el ahogamiento era inminente, imposible de recuperar el aliento mientras se asfixiaba en el gran charco de la desesperanza.

De repente, mientras aquellas aguas del vacío más insoportable cubría ya su cabeza abotargada de pensamientos inconexos, y el oxígeno que le daba la vida se acababa entre breves burbujas de ideas que se fundían y se convertían en parte de aquella infinidad que era la nada misma, contempló como entraba la luz del sol de la mañana entre el oleaje enmarañado de la confusión donde estaba inmerso.

No habían tablas, ni salvavidas, ni delfines, ni aves que indicasen la cercanía de la tierra... No... Pero sabía que tenía que alcanzar aquellos destellos luminosos. Tenía que impulsarse hacia arriba, salir a flote, tomar aire y nadar hacia donde la corriente empujase. La corriente lleva hacia la orilla y eso anhelaba hallar.

Se apartó de su escritorio con vehemencia, la silla quedó a un lado, fuera de su ordenada posición habitual; dejó su pluma sin cerrar y desperdigó por toda su mesa los folios en blanco donde no encontraba qué palabras trazar. 

¡El sol! ¡Aire! 

Buscó como enloquecido salir de aquello que consideraba su inspiración, su pequeño espacio divino donde él era ese dios que todo lo sabe, que rige destinos, que otorga o quita vidas... No quería ser génesis dador de todo y temido por sus designios.

Se dirigió a la puerta que lo apartaba del mundo y la abrió... Sólo eso.

En ese dintel que lo separaba de lo exterior se paró. Frente a él todo un universo del que se había apartado hacía tiempo buscando la perfección, la historia imposible con el fin de hacerla real, el relato embaucador, la poesía más hermosa que los sentidos pudiesen disfrutar y sentir... 

Cerró los ojos, respiró hondo y un perfume fresco invadió sus pulmones viciados del olor a la madera de aquella casa. Entre los árboles trinaban pájaros ávidos de endulzar aquella escena pastoril con sus cantos refinados y, a pesar de sus párpados sellados, se insinuaba la claridad de aquella mañana. La misma claridad que creyó ver mientras se hundía en la desesperación.

Sonrió mientras notaba como aquella luz ofrecía también un agradable calor que le reconfortaba del terrible frío que había sentido entre las dudas de sus hojas níveas. Una gran paz conquistó su, entonces, alma inquieta y entendió que para crear vida tiene que fundirse con ella, que para unirse a la vida tiene que sentirla, que para apreciarla debe amarla y que para quererla ha de ser parte suya.

Pisó la hierba aun húmeda que la noche regó y escribió en el aire: "... la profundidad se hizo orilla, y a su vista gaviotas volaban entre mesanas de barcas que atracadas esperaban un marinero que las desanclaran y en ellas navegara buscando historias nunca inventadas".








jueves, 22 de mayo de 2014

El poder de la palabra

Qué gran arma posee el ser humano. Dentro de sí. Alejado del armamento nuclear, de pistolas, de bombas, venenos y otros medios solventes para dañar, aunque pueda tener las mismas consecuencias metafóricas.

Es la palabra. El encadenamiento o asociación de fonemas junto a su uso inteligente y coordenado puede lograr que quienes sean agentes directos de su construcción (los destinatarios de esta) se estremezcan de emoción, de miedo, de alegría... Es tal su capacidad que nadie queda indiferente, por un motivo u otro, a su fondo final: a lo que quiere expresar.

Una imagen vale más que mil palabras. Frase cierta, pero incompleta. Porque la palabra junto a la escena convoca a ángeles y demonios por igual. Podemos ver a un niño de tez negra adormecido y moribundo y damos por hecho la gran pobreza y deshumanización que sufren en aquellos lares, sin embargo un adjetivo, un verbo, un sustantivo o un anagrama corroborará o volcará nuestra idea impuesta sólo por la imagen. Lo mismo ese niño que duerme es la imagen de la ternura misma si en algún lado reza, por ejemplo, Nenuco. Ya ha cambiado algo.

Así, la palabra, aún sin imagen física es capaz de modificar percepciones, alterar pensamientos, alienar ideas, remover conciencias, cambiar actitudes... Y ello nos lleva a la gran fragilidad del hombre: la facilidad de otros para hacernos ver las cosas según su opinión. Es difícil escribir o hablar y no exponer nuestra versión de las cosas sesgando, de forma positiva o negativa, la información que damos. Facilitamos interpretaciones a nuestros lectores u oyentes según queramos incidir en ellos, buscamos que se afilien a nuestras ideas, a nuestro compromiso, a nuestros fines... Buscamos, en cierta medida, vender lo que queremos promocionar y vendar los ojos de aquellos a los que llegamos valiéndonos de subterfugios que alienten la complicidad que anhelamos conseguir de nuestro destinatario.

Gandhi o Lennon, por ejemplo, buscaban la paz para un mundo en guerras -como sigue- y existen hoy frases que son paradigma de ese movimiento que buscaba justicia y humanidad, a pesar de los años que distanciaban a ambos. Sin embargo, en sus discursos, en aquellos párrafos que quedaron como ejemplo de a qué debe llegar el hombre, se habla de rebelión, de ir a contracorriente, de luchar para conseguir esa meta. 

Qué curioso, ¿verdad? No entro a dirimir sobre si el fin justifica los medios, sino que expongo cómo la palabra remueve mentes y, a su vez, masas.

Hitler abogaba por un cambio drástico que conminara al fin de una decadente Alemania consumida y empobrecida tras la I Guerra Mundial, y fueron muchos los países que apoyaron su inicial discurso que arengaba a los alemanes a la unidad para salir de aquella crisis nacional. No digo más.

La palabra puede ser poesía y crear sentimientos que alienten ternura o desolación. Puede ser un cuento que tenga final feliz o una moraleja catastrófica. Puede ser un discurso que busque soluciones o cree problemas. ¿Qué más puede ser la palabra? ¿Qué puede hacer o deshacer? Lo dejo en el aire.

Entiendo, desde mi humilde punto de vista, que lo difícil de manejar esta arma no es apuntar y dar en el centro de la diana, sino saber manejarla de tal forma que sea capaz de generar opinión y dejar  al libre albedrío de quien la lea o la oiga la decisión final. Es como cuando un terapeuta te dice que dejes la mente en blanco. Su fin es que no te contamines con ideas ya establecidas y sí facilites una nueva visión de las cosas que, otrora, eran perjuicio o yugo. Que seas capaz de ver, con la libertad que otorga el pensamiento descontaminado, con mayor objetividad y menos prejuicio.

No existirá nunca una versión sobre cualquier hecho, habrán más y siempre mordidos por rabiosos cancerberos de cada idea. Para mí, la virtud del orador y del escritor no reside en convencer según su credo, y sí en alentar al pensamiento libre de sus seguidores.

La palabra puede ser aprovechada para  alimentar a la humanidad de coherencias, o ser la herramienta que remueva los excrementos más pestilentes. ¿De manos de quién nos dejamos sujetar? ¿De quien te guía y te aparta de las piedras del camino o de aquél que en vez de sortear socavones deja que metas el pie en él y haga torcer tu caminar?



miércoles, 21 de mayo de 2014

Burrocracia futbolera

Hace días subí a Twitter un comentario sobre mi equipo y lo que me enorgullecía ser cadista. Que sólo la afición ya le valía como acciones al club. Argumentaba sobre la capacidad de convocatoria en la categoría de bronce del fútbol español: inédita.

Comentaba que no le hacía falta ganar la Europa League -como hizo con justicia el Sevilla FC días antes (y esto, quiero concretar, lo digo aquí ahora)- para que el equipo se viese arropado igual que si la hubiesen ganado ellos. ¡Ese o cualquier trofeo!

Mi reflexión se ayudaba de forma gráfica con una imagen explícita que corroboraba lo que decía. Compartí mi satisfacción con otros aficionados -cadistas y de otras devociones futbolísticas- pues en mis palabras no existía acritud alguna, sino alegría por saberme seguidor de un club con esa masa social.

Mi sorpresa llega días después. Salvo un par de comentarios algo críticos, que solvento de forma satisfactoria, me mencionan en esa red social. Quien me apela, inicia una conversación acerca de lo inadecuado de mi reseña no nombrada sobre el equipo sevillista. 

Este simpatizante del club nervionense, incide en que su afición merece el respeto debido, cosa en la que -insisto- nunca falté, ni tan siquiera llegué a referir. El Sevilla FC consigue por méritos propios lo que ha logrado.

En cuanto a fútbol, la importancia que yo doy a este tema es la justa. No soy un fanático, sino un aficionado del Cádiz CF y no me enervo porque a alguien no le guste mi equipo, ¿tendré otras cosas de las que preocuparme que de eso? 

Voy exponiendo con esta persona diversos puntos de vista hasta que me dice que puede que yo no tenga ni puta idea de fútbol (sic), por haberme equivocado en un año, ya que le recordé que hasta el año 2007 -erróneo por mi parte- su club había ido a medio gas desde hacía bastante (comentario hecho como aficionado al fútbol, ni más ni menos, y creo que no dije mentira alguna ni dañé a nadie). Le incidí sobre lo innecesario de la expresión, pero ese punto de inflexión fue el inicio de la realidad del, desde entonces, incómodo debate. 

Argumentándole que el nombrar la Europa League era una mención meritoria hacia su club, capaz de haberla ganado, toma mi comentario como un acto prepotente y narcisista, incluso le parece grosero. Me habla de su orgullo sevillista porque así se lo inculcaron, porque así lo siente y que yo no era nadie por quien se tuviese que sentir satisfecho por haber nombrado a su club. 

Me ningunea en definitiva. 

Por supuesto que yo no comenté mi tuit para glorificar a ningún otro aficionado que no fuese al cadista. Me urge una rectificación y una disculpa por mi parte cuando le increpo que no acepto más insultos. Desde entonces, cualquier tipo de deliberación sobra. No admito estas injerencias. 

Lamentable era observar cómo, mientras comentábamos lo que suponía una conversación particular, retuiteaba algunos de mis textos. ¿Para..? ¿Por..? Quise entender que pretendía avivar la polémica entre sus seguidores, haciéndome pasar por un agitador antisevillista y, ya lo he dicho, las cosas del fútbol, para mí, en sus justas medidas: NO soy anti ningún equipo.

Directamente me acusan de menospreciar a otra afición, insisto, después de una extensa conversación a través de Twitter donde intento exponer esto que aquí escribo.

Mi reflexión.

El fútbol es un deporte de pasiones, sin duda, pero jamás admitiré la falta de respeto ante una opinión personal donde en ningún momento se provoca, ni se menosprecia, ni se falta a nadie. Mi tuit, reitero y explico, alentaba la gran afición del  Cádiz CF. 
Su increíble movilización sin jugarse ningún título, ni europeo -como expuse- ni nacional, como se expresa en la imagen. En ningún caso buscaba comparar aficiones. ¡Qué absurdo! 

Creo que quien se enerva y se molesta con esto, sin más, a pesar incluso de haberle contrastado lo que intentaba exponer en aquél mensaje, está totalmente cegado por el fanatismo.

Sigo defendiendo a mi equipo, el Cádiz CF. Insisto en que su afición es su mayor tesoro y la mejor inversión del club, capaz de congregar a miles de personas en la 2ª división B. Es decir, fuera del fútbol profesional. Eso es digno de mencionarse en el tema deportivo.

Hay aficiones y grandes aficiones y la de mi club está en ese grupo de grandes. Mi equipo no tiene títulos, no es de los considerados importantes por este motivo, si se le considera así es únicamente por ser centenario y por sus devotos discípulos. Sólo por eso.

Gente que toma un comentario personal, sin ninguna clase de mofa, sobre un equipo que ni les va ni les viene y lo eleva a agravio, no hacen afición: crean guerras innecesarias y absurdas. Y ya sabemos qué traen consigo estas contiendas.

Por último, este desagradable hecho logra dos cosas. Primero, que siga adorando el azul y amarillo de mi sentimiento futbolero. Segundo. Reafirma la intolerancia, la incapacidad de asimilar críticas (aunque este no fuera el caso en un principio) y la tremenda burrocracia en la que el mundo del aficionado al fútbol se encuentra inmerso.

Para mí, el fútbol es un deporte donde algunos se hacen muchimillonarios y, como empleados, trabajan por la empresa que les paga, y otros vibramos y descargamos adrenalina con victorias y derrotas y, en definitiva, llevamos el escudo bordado en nuestro interior. Es otra forma de vivir. Otra más dentro de la complejidad -o simplicidad, según se vea- humana. Fuera de esta comprensión de la afición al balompié me sobra todo.

Escribí en este mismo blog una reflexión "CADISTA" sobre lo que representa este sentimiento. Creo que eso, es hacer afición.

(Este es el controvertido tuit)

@ursoniano: Esto lo hace la afición del @CadizCF_SAD. Sin Europa League, ¿eh? http://t.co/5dl0cJNWG2 ¡Grandes! @portalcadista @8cadiz @AbeInfanzon


A la Sevilla ensimismada

Y Sevilla... 

¿Cuántas veces no habremos leído este párrafo último del poema que citaba a toda las capitales andaluzas destacando su encanto esencial y que, sólo con dos palabras, pretendía decirlo todo sobre lo que representa y es la capital hispalense?

Yo, que soy un acogido en esta tierra seca, observo una ciudad ensimismada en el reflejo del espejo en las aguas del río grande que la cruza. Cegada por el esplendor de sus calles universales. Hipnotizada por sus murales centenarios de la antigua Isbylia, que hoy son símbolos de su grandiosidad pasada y le renta beneficios esa majestuosidad.

Así, como Sevilla misma, los propios sevillanos. Enamorados non plus ultra de la tierra que los vió nacer. Orgullosos embajadores de sus raíces. Encantados de saberse poseedores inmateriales de un legado envidiado a veces, admirado siempre. 

Para el sevillano, sin perdón de nada, no hay más allá de sus fronteras. Respetan, preguntan, miran y callan sobre lo exterior, pero no hay más que Sevilla y su sevillanía en sus bocas. Dejan que cada cuál sea vocero de las galas de sus tierras pero, por encima de todo, está lo suyo. 

Sus tradiciones no entienden de añadidos extraños. Sus costumbres es ese nudo gordiano que les une a su naturaleza presumida. Magnificencia y magnitud son las medidas en la tierra donde Fernando III se hizo santo y hundió su rodilla en tierra, en rogativa a María Santísima -"Váleme, Señora"- y creó una devoción, salida de la fe guerrera, en tierras nazarenas.

Sevilla es altanera, narcisista, coqueta, presuntuosa, vanidosa, altiva, suficiente... ¿¡Sigo!? Porque ella lo vale. ¡Y lo sabe! No se puede competir con su Giralda -tvrris fortisima- ni con su inseparable catedral: arte, detalle, ejemplo, gozo, donde queda prendido el de aquí y el de allá. 

No se puede divagar sobre qué rincón de sus calles donjuanescas y cervantinas tienen más embrujo. ¿Plaza de Santa Marta? ¿De doña Elvira? ¿De Santa Cruz? ¿San Lorenzo? ¿Los Terceros?

¿Qué calle? ¿Qué pasaje? ¿Qué esquina? ¿Qué plazuela? ¿Cuál de sus rincones no te podrán enamorar?

Sevilla es Sevilla, sin perdón de nada más. 

Sevilla y el sevillano es madeja e hilo. Es rama y hoja. Flor y pétalo. Cielo y aire. Es la simbiosis perfecta del egocentrismo. Los ingredientes justos para la poción del hechizo enamoradizo que tiene como destinatarios, siempre en primer lugar, a los novios eternos que son los mismos que conforman el encantamiento. 

En esta noble ciudad y muy heroico bastión, todo se engrandece. El embriagador aroma del azahar es su perfume, no sólo un olor; sus aguas son mar, no solo río; Triana es otra ciudad, no un barrio más; los puentes que unen ciudad y ciudad no son sólo hierros y hormigón, son alfombras que se cruzan con fervor. La ciudad no tiene sólo patrona, es mariana por la Gracia de Dios. 

Su Semana Santa no es sólo pasión de siete días. Es imposible resucitar en Santa Marina sin volver la cara, de nuevo, al Salvador y esperar que bajen las palmas de nuevo por el gran tablón. Sevilla tiene himno de Font de Anta. Y el color de su bandera -bacalao pendón- es rojo de encarnación.

La urbe huele a santa, se quiera o no, que hasta La Maestranza -la torera y la del rejón- tiene a sus espaldas un Baratillo de devoción.

Ser sevillano es una religión. Con una liturgia reservada, y de comunión de pavías, ensaladillas y adobados de freidor y un ora pro nobis frente a la Cruz del Campo, con su correspondiente persignación antes del libar en el cáliz su dorado líquido enriquecedor.

Así, Sevilla, con su propio universo sin salir de los límites de su propia demarcación, brilla con luz propia reconociéndose su fulgor en cada acto que se hace en ella, en cada visita que realices, en cada rincón dieciochesco que visten sus barrios añejos. 

Sevilla es el tipismo, lo rancio, lo clásico.

De sevillanas maneras, sevillanía, ojana, guasa sevillana... Que pretenciosa ostentación, dejando al entendimiento tan excelsa dimensión.

Sevilla, madre y maestra. Sevilla embrujo. Sevilla, teatro de la emoción. Y lo es tanto, tanto que la Madre Macarena del Señor, saldrá a repartir Esperanza hasta la misma Plazaespaña, convirtiendo aquél museo exterior en su barrio de San Gil donde su gente la coronó.

Qué razón aquél poema. Y Sevilla...




domingo, 18 de mayo de 2014

Gaditano

Dime, ¿qué te hace sentir tan orgulloso llamarte gaditano?

¿Las aguas esmeraldas de tu Caleta? ¿Las calles engarzadas en la plata blanca de sus cales que son el nombre de su patrona? ¿La luz que ilumina su faro, que son las torres de su catedral? 

Dime, gaditano. ¿De qué te sientes tan orgulloso de llamarte así?

¿De los rubios cabellos arenizos que peinan las olas de tus playas? ¿De tus plazuelas que huelen a mar? ¿De tus calles donde juegan enlazados los vientos caprichosos? 

Dime. ¿Por qué nacer en Cádiz y llorar por marchar?

¿Quizás porque el gaditano no sabe respirar de su oceano sin la sal? ¿O quizás porque cuando salga sobre sus aguas sabe lo difícil que será regresar? 

¿Puede que sea porque en Cádiz no se vive igual? ¿Quizás por no poder pasear por una alameda, que es un balcón a la inmensidad? ¿O puede que sea porque por muchas plazas que se encuentre, como la de Las Flores ni hablar?

- Te diré, querido amigo, que no son preguntas fáciles de contestar. 

¿Tú has visto alguna vez bien el cielo? ¿Te has fijado en algún momento en su profundidad? ¿Sabes dónde va el sol cuando se pierde bajo el mar? ¿Alguna vez te preguntaste por qué mi Tacita es plateá?

Forastero, si no entiendes por qué un gaditano llora al marchar, es que no conoces la tierra que lo vio mamar.

Fíjate en Cádiz, en su blanco rielar. ¿No parece que se funden los azules que cubren su pedestal? 

Mi tierra es como la luna que ilumina en la oscuridad. El sol no la deja ni cuando de su horizonte se va, que se oculta bajo las sabanas mojadas que durante el día gusta colorear, y la mira celoso de tanto poeta que la quiere piropear. 

Mi Cádiz es frontera donde se pierde la gravedad. Saliendo de ella se termina el volar entre versos y coplas de un universo de carnaval. 

Cádiz -mi luna- es fuente de donde mana su luz singular, la perla que a sus orillas le regala el dios del mar.

¿Por qué me siento orgulloso de sentirme gaditano? Porque Cádiz es el paraíso que no quiero dejar; que fue mi edén en vida, y de nuevo lo será cuando tenga que rendir cuentas a la hora de la verdad.


El amor se equivocó (XIII)

Parecía que hubieran pasado días desde que entrase en aquél local. Notó cierto cambio respecto a la vez anterior. Los clientes -ahora estaba bastante concurrido-, vestían elegantes y en el interior no habían voces, sino un monótono e ininteligible cuchicheo; la música, más enfocada a buscar la complicidad que a servir de mero acompañamiento en las meriendas, sonaba tenue pero, a la par, al volumen justo para que las conversaciones que allí frecuentaban se confundiesen con sus notas.

Observó que en ciertos rincones, habían puesto llamativas ánforas con flores, imitando las que se encontraban en las domus romanas. Blancas, rosas, rojas, champán... Conformando una bellísima escena. En realidad, la imagen era idílica. Sin duda romántica y sugerente. 

Ambas mujeres entraron a la par y en sus caras se reflejaba una agradable sorpresa. 

Al encuentro le salió un camarero vestido con sumo gusto. Atento, les ofreció una mesa para dos en la esquina de la estancia. De amplios asientos y cómoda tabla, el lugar se hacía idóneo para hacer negocios, para un escritor que buscase un oasis donde refugiarse, para amantes que quisieran encontrar intimidad para sus palabras...

Unas copas de vino, cortesía de la casa, comenzaron a amenizar la insospechada velada. 

Ana, nerviosa, carraspeaba mientras deslizaba sus dedos por el pie de la copa. Sus ojos no se elevaban más allá del borde de aquél cáliz de vidrio. De sus labios asomó un suspiro, y ese hálito se transformó en voz.

Leve, imprecisa, confusa... Ana balbuceó tan sólo el nombre de su acompañante.

- "Sandra..."- dijo, logrando que reaccionara asiéndole una de sus manos

- "No debes esforzarte en decir lo que quieres. Sólo dilo. Quiero pedirte perdón por mi reacción de antes en el parque; estaba a la defensiva y no creo justo que no te deje expresar. ¿Me disculpas"- Las palabras de Sandra, tan sinceras como la sonrisa que esgrimía, sonaron a trompetas celestiales para Ana, que le correspondió con ese rosado de sus pómulos que evidenciaba su caracter tímido.

Ana superpuso su otra mano sobre la de ambas, y miró a su amiga. En sus ojos, quizás por la emoción que suponía lo escuchado de boca de su amiga, unas escuestas lágrimas asomaban. Pero de inmediato las hizo desaparecer.

Su carraspera se acentuaba y su garganta se secaba. Ahora era su turno. Sandra ya estaba abierta a oír y no había motivos para callar más. Sorbió vino.

- "Es difícil para mí explicar esto. Nunca supuse que algo así me fuera a suceder. De hecho, no entiendo porqué estoy así, tan... Tan... ¡Buf!- La exhalación lo decía todo.

Ana era un cúmulo de dudas, de incertidumbres que le acaecían desde la noche que la besó. Y eso era lo que más la aturdía. Todo se redujo a un simple beso. 

Recordaba cómo salió urgente hacia su armario, al escuchar el timbre de su puerta, y cogió una breve bata. Pensó en la intencionalidad de ese acto. Alterada por lo que minutos antes disfrutaba, no le importaba tontear algo con su mejor amiga. Desde luego no sería la primera chica que lo haría y, no sabía muy bien por qué, supuso que a su visita no le molestaría. Quizás daba por hecho que el caracter extrovertido y fuerte que le denotaba era suficiente motivo para suponer que aceptaría ese escarceo, sin más visos que apurar el instinto

- "Ana, te tengo que confesar algo."- Sorprendió Sandra.

No esperaba que ella dijese palabra alguna hasta que no finalizase su exposición. La miraba con ojos estupefactos. El color celeste que los vestía se hacían intensos. La expresión de su cara se tensó ante la insospechada intervención de Sandra.

Por un instante parecía que en aquél lugar, donde no cesaban ni la música ni los murmullos, sólo quedasen ellas dos. 

                                    (Continuará)


viernes, 16 de mayo de 2014

Sólo la noche



Caminaba solo. En sus hombros una mochila con lo justo para que no pesara más que su propia alma hundida.

Deambulaba por caminos. No buscaba atajos, sino horizontes. Sus piernas no temblaban ante los kilómetros por venir, ni desfallecían por los ya realizados. Su espalda no se resentía de lastre alguno, su corazón era quien cargaba con ello.

Frío, sol o lluvia eran sus acompañantes de a diario. Errabundo caminante buscaba sólo una dirección, un camino que le llevase a alguna parte. No importaba destino, sino llegar. Atrás quedaron recuerdos, historias, personas que formaron parte de otra vida que ya no le pertenecía por decisión propia. Decidió huir porque se ahogaba en el vacío de su propia existencia: Una gran nada sin oxígeno que refrescase el aire, más viciado cuanto más caía.

La soledad es una compañera terrible muchas veces, porque cuando no te da tranquilidad te la quita. Tiende sobre tus hombros su brazo helado y te susurra muy dentro acerca de tus errores. Su aliento escarchado te hace recordar aquello que te duele. Su manto no siempre te cubre de paz, también de desesperanza. A veces, es la peor guerrera contra la que pudieras combatir. Sin piedad, sin sentimientos, es una luchadora que sólo puedes vencer apartándote de ella. 

Muchas veces intentaba ganarle la partida, pero es difícil si no tienes con qué escudarte. ¿Dónde guarecerte si en el trayecto no hay techado? 

Ese pensamiento le acuciaba constante, pero nunca se planteó cómo dejar atrás esa terrible sensación de abatimiento que, a pesar de la libertad que le ofrecían sus ojos cada vez que miraba hacia adelante, acudía a él en muchas ocasiones.

La noche era su mejor amiga. El cielo estrellado en la oscuridad anónima era su bálsamo. Ese reconstituyente que le animaba a seguir. Se detenía, se echaba al suelo y se perdía en no pensar en nada ante la inmensidad. ¡Qué sensación! Su mente en blanco era capaz de alienarse con el infinito que se abría ante él y ya no habían carreteras. Era un Todo. ¡Qué distinto a esa Nada de la que procedía! La magia de lo desconocido que no lo era tanto. 

Recordaba cuando de niño reconocía las constelaciones junto a su padre. Esas mismas estrellas, que formaban grandes seres mitológicos, se mostraban ahora ante él en su esplendor. Su padre también formaba ya parte de ese universo. Lo saludaba con una inmensa sonrisa que se debatía entre lo feliz y lo nostálgico, pero le reconfortaba saber que no estaba tan solo; que, de alguna forma, aquél enorme planetario lo acompañaba aunque sólo lo viera unas pocas horas en el día.

Sin duda. La noche era su mejor amante. Compresiva, dulce, silente a veces mientras que en otras ocasiones le cantaba al oído, suave como la risa de un arroyo fresco, juguetona como el sonido de un grillo revoltoso. Lo amparaba con sábanas de rocío y era la confidente de sus sueños.

En cada amanecer aún buscaba algún resquicio de aquella amada etérea, y sólo encontraba de ella las lágrimas de su despedida en las hojas de alguna flor. Se sentía fortalecido por aquellas experiencias nocturnas y reiniciaba, con andar pausado, su camino. Durante horas recaía en duras batallas solitarias, sufría la crueldad de las rutas que terminaban en acantilados haciéndolo retornar, convirtiendo en una auténtica Calle de la Amargura su regreso por las mismas piedras que ya vió a su pasar. Sus pies escrutaba con recelo lo que a sus ojos no parecía importar: vías pedregosas, pasajes de espinos, callejones inundados de aguas que no supieron por dónde escapar.

Anhelaba ver al sol caminar de Este a Oeste con mayor rapidez, pero la naturaleza se toma su tiempo. A pesar de no tener prisas por llegar a ningún lado, se dió cuenta que no se había liberado lo suficiente de aquél yugo de la premura. Un castigo de su otra vida. Cada cosa a su tiempo, y el tiempo no tiene apremio por llegar a ningún lugar.

Cuando la tarde empezó a vestir una vez más las galas de la noche, surgió lo imprevisto. En aquél paraje perdido encontró otra alma sin reloj. 

Unas zapatillas deportivas desgastadas, junto a un macuto descolorido, le hizo reconocer que aquél espíritu inesperado también aguardaba el arrullo de la misma amante. Descalza, con los ojos puestos en la incipiente luna que alumbraría tenue la velada que se avenía, su desconocida sorpresa se disputaba entre esperar despierta a la amada nocturna o dejar que sólo la besara y le regalara, como muchas mañanas, la fragancia de su perfume en cientos de pétalos bañados por su frescor.

Los encontradizos errantes compartieron, junto a la querida amante de la capa estrellada, aquello que  la soledad conocía y convertía en contiendas imposibles de ganar. Libaron aquella noche el néctar de un cercano río, paladearon el manjar de un manzano próximo y la adorada sombra vestida con sus alhajas los acompañó durante unas horas más. 

Al despertarse los caminantes observaron que la noche se fue sin más. No habían lágrimas ni perfumes, no quedaba rastro de aquella luna que, otrora, no se terminaba de ocultar en el celeste del día. Nada...

La noche se fue y dejó juntas dos vidas sin norte. Comprendieron entonces que la amante del rielar unió el destino de los pasos que huían de la soledad.






CADISTA

Dejo aparcado el tema de los imbéciles que utilizan la afición al fútbol como excusa para organizar guerrillas y batallas campales. A un lado las diatribas sobre si un equipo está en una u otra categoría, o ha ganado más o menos trofeos. Me centro en el sentimiento. 

Hay quien puede creer que la pasión futbolera en grado religión es una devoción genuina del país de la Pampa y, aunque allí se vive de forma tan extraordinaria, ni mucho menos es exclusividad gaucha. 

En España hay grandes equipos y grandes aficiones. Aficiones como la bética que, por localización y colores, es la que convoca al ánimo andaluz en general. La sevillista, especialmente volcados por hacer andalucismo más allá de sus propias fronteras. La vallecana, entusiasmo de un barrio obrero. Luego las de los grandes clubes, siempre pensando en lo suyo y en Europa.

Es fácil ser aficionado de un equipo importante porque, sí o sí, te darán alegrías y alguna decepción. O se las repartirán, depende del hartazgo o hambre de sus directivas. Sin embargo, las aficiones de los humildes, esas sí tienen mérito, porque ya no se hablaría de hambre o hartazgo, sino de fatigas -y no precisamente por grandes comilonas, en todo caso por no tener más que para bocadillos de chopped-.

Y de todas, qué vamos hacerle -cada uno tendrá su predilección-, está la parroquia cadista. La afición que no pasa desapercibida, la que es capaz de llenar gradas y gradas de campos ajenos, la que viste de amarillos los sillones azules de Carranza y copan en millares un estadio de primera en la 2ªB.

Una ciudad que se desvive con su equipo. Que lo critica, que lo apalea, que le reprocha; pero, asimismo, lo aupa, lo lleva, lo siente, no se avergüenza ni de resultados, ni de categorías, ni de comparativas de palmarés con otras entidades, ni envidia éxitos ajenos. 

Los cadistas lo llevan a gala. Lucen orgullosos su triángulo azul y amarillo. Se sienten el Hércules de su escudo, aguantando estoicos cuantas pruebas quieran mandarles los dioses del Olimpo balompédico. Lo sufren, lo viven, forma parte de su ser como gaditanos. Da igual que no te guste el deporte rey: eres cadista por tradición, por ese sentimiento sobre la patria chica cuando estas alejado de ese trozo de cielo pegado al mar. 

Dices que eres del Cadi como si eso fuera la mayor condecoración que pudieras vestir. No te asusta ir mostrando tus colores de sol y mar, aunque vivas en ciudades ajenas rodeado de seguidores de otros equipos que, incluso, te llevan dos divisiones de ventaja.  

Sabes que tu equipo no es el mejor del mundo, que no juega en grandes competiciones, que no tiene vitolas de campeón por mucho que su himno diga; eres el eterno simpático de cualquier conversación futbolística, sólo por ser del Cádiz

No te acompleja nada de eso. Es tu sello, tu marca. Imprime tu caracter deportivo. Indica tu pasión y tu amor por una ciudad. 

Es tu otro DNI: soy cadista.

Otros equipos se llenan de justa gloria a raíz de títulos, el tuyo alcanza su esplendor sólo por su afición. No tiene más. Podrán decir que tanto encumbramiento hay que acallarlo ante los logros de otros, que no somos más especiales que cualquier otra afición, que también dejamos al club en los malos momentos... ¿Lo dejamos? 

Lo miramos de soslayo y decimos con la boca pequeña que hasta aquí llegamos. Pero no puedes evitar leer los resultados los lunes siguientes a cada encuentro, poner la radio un domingo o un sábado y buscar el partido de tu equipo; sonreir y alegrarte cuando sabes que ganó. Eres cadista.

Dejemos al otro lado a los gestores. Son empresarios. Ven al club como un negocio. El cadismo no se entiende así. Es un credo. Tiene salmos que se rezaron en el templo de los ladrillos coloraos por febrero, y hoy es su padrenuestro particular. 

No somos la mejor afición del mundo, por supuesto, simplemente somos cadistas. ¿¡Pa qué más!?





jueves, 15 de mayo de 2014

El amor se equivocó (XII)

Arreciaba el frío. Las dos mujeres estaban detenidas ante la gran cruz de la entrada. 

Ana parecía ausente. Durante un momento sus ojos parecían estar visualizando alguna escena familiar. Se restregó la cara con sus manos, como queriendo despejarse de aquél lapsus.

En realidad, la presencia de Sandra aquella noche la perturbó. En ningún momento pensaba compartir con nadie aquellos instantes de devoción particular y, mucho menos, con una mujer.

¡Una mujer! 

Jamás se planteó esa opción, ni tan siquiera como mera curiosidad. Además, aquella chica era mucho más que una amiga para ella. Pero no hasta aquella situación. 

Ana alzó la mirada, oculta tras sus manos, y esbozó en sus labios un fruncido. Pretendía retomar la conversación. No dejarse ganar la mano por aquella cría que, aunque quejumbrosa, no podía negar que no apartó la boca de la suya en aquella extraña concurrencia de hechos.

La alameda se tornó oscura. Las luces de las farolas ofrecían una claridad tenebrosa. A lo lejos pasaban perros tirando de sus dueños. Ya no habían paseantes, sino corredores que eran en las sombras gacelas que aparecían y se esfumaban con suma velocidad. Junto a aquella enorme cruz conmemorativa, con la noche aposentada, la escena era trágica, mientras se dirimían en un enamoradizo desconcierto.

Ana asió la muñeca de su amiga y posteriormente su mano, y la indujo a que se adelantase hacia la salida del recinto.

La mano de Sandra, al principio confiada, fue desgranándose de los dedos de su compañera. Se deshizo sin grandes inconvenientes de aquél guante de seda que Ana tenía por mano. 

Dejaron atrás aquél paraje idílico que la oscuridad transformó en tétrico.

- "¡Sandra! ¡Por favor! Dejémonos de juegos..."- Arguyó Ana.

- "Al venir hacia aquí vi una cafetería..."- Exhortó en clara alusión a la que se hallaba a escasos metros de aquél sitio de encuentro.

Sandra detuvo su paso. 

- " Podríamos sentarnos y tomar algo mientras hablamos. ¿Bien?"- Ana retomó la iniciativa.

Sandra asintió de forma muy leve con la cabeza.

En tanto que se rehizo la paz que faltaba desde casi que se encontraron, caminaban juntas hacia aquella cafetería. No había salido como esperaban el primer intento. Ni la una ni la otra habían sabido cómo mantener sus posturas. Quizás la reunión se precipitó demasiado, quizás ambas fueron con una idea errónea sobre como enfocarla.

En menos de dos horas, Sandra estaba deshaciendo el camino que le condujo hasta la Alameda de las Cruces. El de ida fue un recorrido amable y curioso a la par, el de vuelta se antojaba inquieto.

Miró al frente y de nuevo ese cartel entre lo irónico y lo clásico. Esta vez encendidas las luces de la calle, también el local se animaba a luchar contra la oscuridad impuesta por la naturaleza. 

En un llamativo color verdoso, se anunciaba de nuevo: Il Diavolo.




domingo, 11 de mayo de 2014

El amor se equivocó (XI)

Eran más de las nueve de la noche -empezó a rememorar Ana-. Hacía frío y, tras llegar de una dura jornada en los estudios, donde sólo se quedaba cuando había reunión con algún cliente o tenía que entregar algún proyecto a la directiva para su aprobación, encendió la calefacción, el suelo enmoquetado y el suave color de las paredes hacía el resto.

Se dirigió a su habitación. Era espaciosa y coqueta, decorada con apenas tres cuadros situados de forma estratégica cerca de ventanas y algún foco de luz artificial, buscaban realzar las pinturas en sí que mostraban escenas naturales. Su favorito estaba frente a su cama. En la imagen, un riachuelo que cruzaba un paraje floreado de rojos y azules con un fondo de anaranjado ocaso.

Se descalzó gustosa. Sus pies se fundían en aquél suelo suave y cálido y aquello le hacía sentir bien.  Dirigió unos breves pasos hacia un equipo de música de escaso tamaño que estaba situado en  un mueble donde guardaba la propia esencia femenina en íntimas prendas. 
Pulsó "play" y unos acordes sinuosos aprisionaron la estancia.

Las notas graves e insinuantes de un saxofón recorrieron cada centímetro de su piel hasta hacerla erguir. Su cuerpo seguía aquél ritmo hipnótico, como si de una droga que la anulara se tratase.

Mientras esa música la convertía en cautiva de las sensaciones buscó, sin descompasar su ritmo, el soporte vacío de aquél CD que la embelesaba. Entre el equipo de música y un pequeño joyero sobresalía. "Romantic sexophone mix", indicaba la portada. Lo giró y detrás aparecían todas las piezas de ese compacto. "I believe", era el título de aquella primera composición.

Con los ojos entornados, giraba suavemente, tal y como le marcaba sinuoso el ritmo, sus manos comenzaron a acariciar su propio cuerpo y la fueron despojando de su ropa. Tranquila, contoneándose, se desabrochaba los botones de la blusa que llevaba.

 Uno... Dos... Tres... Cuatro... Cinco... Y dejó deslizar desde los hombros por sus brazos aquella camisa beige. Sin prisas. Seguido, con un click, se liberó del yugo de aquellos pantalones que estrangulaban su cintura, pero que la moda imponía. Casi sin moverse del sitio, como encarcelada en un círculo invisible, se deshizo de la vestimenta. Sus caderas hacían que el cuerpo se moviera serpenteante. Estaba totalmente sometida al sonido que la trastornaba de aquella forma.

Semidesnuda en aquél cuarto, sabiéndose escondida de cualquier mirada aviesa, no había límites para su imaginación. Sus dedos jugaban sin pudor, tocando la tersa piel de sus piernas en un baile pérfido donde la lascivia aparecía como invitada. 

No entendía nada, pero no le importaba. Se dejaba llevar tras un día de tensiones y, quizás, necesitase aliviarlas -¿por qué no?- de aquella manera. 

Ante ella, la puerta del cuarto de baño abierta descubría el espejo en la mampara de su ducha. Sin encender su luz la chica se fijaba, entre los claroscuros que entre ambas estancias surgían, en la voluptuosidad de su cuerpo. No podía dejar de disfrutarse ante aquella imagen de intencionalidad perversa. Su cabello de color arenizo se revolvía ante su rostro complacido. Se mordía el labio inferior al sentir que sus dedos penetraron más allá de las fronteras fijadas por la escasa contención de los filos sedosos que cubrían el paraíso de su éxtasis.

Sumida en aquella vorágine del pecado más venial, mientras el credo de la primera composición finalizaba, oyó cómo sonaba el teléfono. No dudaba en qué mantenerse ocupada,  sin embargo la insistencia de aquél aparato desvió su atención. Aún con el cuerpo temblando por la impetuosidad del momento, se acercó a su mesa de noche asió el auricular y lo dispuso en su oído.

- "¿Sí?"- pregunto algo agitada y tragando saliva mientras notaba sequedad en su boca.

Al otro lado, una voz determinante.

- "Ani, ¿estás bien? Parece como si te hubieras estado peleando con alguien-

Enseguida reconoció la voz de Sandra. Sonrió maliciosamente mientras evocaba lo que, momentos antes, disfrutaba. Fugazmente recordó que habían quedado en su casa. Tenía que entregarle a Sandra un paquete importante para que su empresa se hiciera cargo de la entrega.

- "Estoy a cinco minutos de tu casa"- refirió Sandra.

Tras despedirse por teléfono, resolvió ponerse una bata que tenía tras la puerta de su habitación y cambió el CD que la había trastornado de tal manera por otro. Mientras buscaba, una mirada pícara se adivinó en sus ojos: Concierto para flauta y arpa k299. W. A. Mozart.

Sonó el timbre de su piso. Al abrirla, se encontró con la siempre juvenil sonrisa de su amiga. 

Sin duda, seguía recordando Ana, todo fue un cúmulo de circunstancias propicias: su agotamiento, la necesidad de evadirse, la embriaguez incontrolada por aquella música y el terrible deseo de no dejar de disfrutar ese instante y, por último, Sandra... La visita inesperada por la que sentía especial devoción y que esa noche llamó a su puerta.


A pesar de todo... (A La Isla)

Yo adoro mi ciudad. Habrán otras con más historia, más estética, más nombre, más habitantes, más de todo... Pero yo a la que quiero es a la mía: San Fernando.

Cuando viajo desde Sevilla, entro por el puente Carranza, llego a La Isla y aparco en mi barrio, la sensación debe equipararse a cuando cojen un esqueje y lo transplantan a su tierra desde una pequeña maceta, extraña y oscura. 

Visito lugares, reconozco gente que los años han ajado o han hecho madurar, descubro que aún existen negocios de siempre con sus puertas abiertas y otros que cerraron porque la crisis o los años hicieron profunda mella en ellos. Saludo a amigos y conocidos. Se sorprenden quienes me reconocen tras la barba y otros al verme, quizás, les inunde un vago recuerdo de un antiguo vecino, compañero, tertuliano de miles de encuentros cofrades en "Rodeo" o "El Agüaero"... 

Regresar a mis raíces es en el noventa y nueve por ciento de las veces motivo de satisfacción. Sin embargo, no es menos cierto que me confunde mi ciudad. Un lugar que va a remolque de otras localidades que, con menos transcendencia social en otros tiempos, logran sacarle palmos y palmos de distancia a esta Isla mía que agoniza entre llagas.

Nada se termina. Todo se promete. Mucho se estima y demasiado se espera.

Una población donde cualquier proyecto o tarda años, o no termina por realizarse. 

Es la eterna ciudad adormecida por los cantos de sirenas.

Su clase política nunca estuvo a la altura de la relevancia que la Casa consistorial -donde ejercían sus funciones- tiene, sólo, como monumento. Mucho manjar para tan escaso paladar. 

Hoy, San Fernando, desde el punto de vista del visitante no foráneo (como es mi caso), es un sitio impreciso. Muchos detalles inacabados que impresiona falta de personalidad en un pueblo que, sin dudarlo, la tiene. 

La confianza en instituciones externas por el islote de Sancti Petri, donde la lucha se fijó en ofrecer al isleño la visión geográfica -al igual que hizo Chiclana- y, a pesar de todo, aunque se constató la pertenencia de aquella fortaleza a la demarcación de San Fernando, aún no se le ha sabido sacar rentabilidad, cuanto menos turística. Sin embargo, el nombre del mítico castillo se relaciona, sin duda, más con la vecina localidad que con la nuestra. Aparte de la gran promoción que a niveles de ocio aporta en sí misma.

Y hablo de Sancti Petri por ponerle nombre a la desidia que, desde hace mucho, anida en los responsables políticos y sociales de La Isla. Podría apellidarse también Lazaga, Cruz Roja, Torre Alta... Que viajan en un tranvía llamado deseo que no termina de llegar. Podría también denominarse Real o quizás Casería.

En nuestra tierra esa dejadez tiene muchos nombres. Muchos ciudadanos se quejan del estado de su arteria principal, despotrican sobre aquello que no ven solventarse y lo contemplan en una rueda vacía que va sin rumbo, cuesta abajo y con un destino dudoso.

Gracias a Dios, convirtieron el corral de Comedias en un Real Teatro, pero falló el enfoque por el que se pretendía convertirnos en un referente constitucional. De nuevo quieren reactivar La Isla de Camarón (22 años después de su muerte) tras ingentes intentos de hacer un punto indispensable a visitar su Ruta, aquello como que no acaba de coger velocidad.

Una oficina de información donde pregunte más el isleño que el turista...  Eso da que pensar: "¡Qué perdido está el de aquí!".

Y así un museo naval, un panteón de marinos ilustres, un observatorio, una puertatierra, una iglesia carraqueña, un tesoro natural, escritores, científicos, militares destacados -pensaba en el general Lobo, por ejemplo-, unos yacimientos arqueológicos, un balcón en el Cerro de los Mártires, una gran playa... Todo casi desconocido.

Somos número uno en desempleo. Y sólo nos salvan tres fechas concretas de un calendario perpetuo.

Mi ciudad, lo dije, me confunde. Yo no voy echándola por tierra, ni zancadilleándola. No cuento sus penas, sino que ensalzo sus virtudes: su clima, su gastronomía, el gusto que me supone pasear por sus calles... Pero me confunde. 

Me sorprende que la demagogia política mindundi se cebe con la ciudad. No sirve de nada hacerse fotos, ni el interesado por las necesidades del pueblo. Palabras hijas del viento. 

No pongo colores, expongo una decepción. 

Qué me acuerdo, sentado con mi tata, viendo  "Bienvenido, Mr. Marshall". Cómo nos parecemos a esos pobres pueblerinos. Y los americanos... ¿A quienes me recordarán?

En fin. Siempre será placentero volver a mis orígenes y comprobar que allí está mi iglesia de La Pastora con mis devociones  en un altar de piedra ostionera; que aún me saluda efusivo Jesús, el de "El Pescaíto"; que puedo seguir comprando bollos de crema por treinta céntimos en La Nueva Victoria. Saber que mis padres siguen paseando juntos acera arriba, acera abajo de la calle Real. ¿¡Qué más!?

Por eso vuelvo a mi Isla. Por eso no reniego de ayudarla desde mi opinión. Sin insultos, pero con la rabia de quien ve un pueblo descontento, utilizado un millón de veces y otras tantas engañado.

¿Quién me niega el derecho al pataleo?

sábado, 10 de mayo de 2014

El amor se equivocó (X)

Mientras, una helada segadora se presentó de forma inesperada: la noche hizo acto de presencia sin darse nadie cuenta.

Cesaron los animados cantos de las aves, los colores se ocultaron, los paseantes empezaban a abandonar aquél bellísimo lugar, y donde la poesía hablaba de un edén durante el día, la caída de aquél manto oscuro que cernía la escena, otrora idílica, hacía resurgir las leyendas que -entre la realidad y cierto romanticismo becqueriano- resucitaban fantasmas de los suelos de esa alameda.

Desangelada aquella extensa pradera urbana, las sombras acechaban confusas, jugando entre los muchos árboles que, en otras horas, eran aliviados paraguas o quitasoles. El silencio se hacía patente en cada rincón, el frío empujaba con brusquedad los últimos alientos de la apacible tarde.

La noche se hizo, una vez más, anfitriona de la lúgubre floresta que ahora dormitaba, invitando a los transeúntes que aún deambulaban por sus calles terrizas, a que apresurasen sus pasos hacia la inmensa portada de herrajería, buscando la salida y dejando a un supuesto baile de ánimas vagar con libertad. 

En el estanque de los Amantes, cubierto de buganvillas rosáceas desde la cúpula del techado del breve edificio que lo circundaba hasta casi donde sus cimientos tocaban el agua, se adivinaban dos siluetas esbeltas que parecían flotar más que caminar entre los lamentos que los huecos de ramajes y setos dejaban oir. 

Un crujido, desde el cerrojo de la puerta, anunciaba el próximo cierre de aquél paraíso cercado.

En el lago donde el amante desapareció, se asomaba curiosa una hermosa luna redonda que daba luz a aquellas dos figuras fantasmagóricas que aún dejaban sentir sus pasos por allí.

El inquietante paseo a la luz de la luna de aquellas sombras, concedían a la zona el
aire entre misterioso y tétrico que sus orígenes como camposanto improvisado le otorgaron tiempos atrás.

De lo oscuro, unas voces salían. 

- "¡Ana, compréndeme..! ¡Esto no tiene ningún sentido. No puedes pretender que yo tome esta situación como un hecho relevante!"- Sandra urgía con cierta vehemencia.

- "¿Qué quieres que sienta? ¿¡Y todo por...!? ¡Un beso! ¡Un instinto que no pudiste reprimir sólo por el hecho de creerte en la necesidad de hacerlo!"- el tono de Sandra pasó a recriminar aquél suceso.

Ana seguía el ritmo de su acompañante. Oía en silencio los argumentos que argüía, y no respondía a ningún comentario.

- "¡Hasta Santi sospecha! ¡Santi! ¿Qué quieres que le diga a él? ¿Y a mis padres? ¿Y a mis amistades? ¿Y a 'nuestras' amistades?- Sandra enfatizó en esa última frase el común denominador social de ambas. 

Sin duda, aunque sus palabras eran fruto de la incertidumbre que la situación le provocaba, esa mención final a los amigos que tenían las dos en aquellos círculos en los que se movían, pretendía ser el detonante preciso que bombardeara cualquier puente que Ana pretendiese mantener en pie y sirviera para enlazarlas de cualquier otra forma que no fuese la que, hasta hacía unos días, mantenían.

En la distancia se observaba cómo una de las grandes cancelas que preservaba aquél recinto se había cerrado. Aún salía gente de los recovecos de aquél inmenso jardín y, sin duda, no era todavía hora de cerrar. Pero las puertas colocadas de tal forma, ejercía a modo de toque de atención. 

Ana se detuvo, a pesar de que Sandra proseguía andando y exponiendo. 

- "Además, también está nuestra relación desde hace..."- Se dió cuenta que Ana ya no la seguía y se detuvo.

Ana hizo gala de cierta entereza. Con los ojos agachados aún tras ir escuchando los contras, los problemas, sin mediar palabra hasta ese momento, su gesto cambió. 

Por primera vez desde que intentara hacer comprender a su amiga los sentimientos que despertó un simple beso, tras asumir con gran sumisión las incesantes quejas de Sandra y dejarla explayarse hasta el punto máximo posible, la interiorista asumió el mando con su voz.

Ana entendió perfectamente la situación; comprendió sin duda los inconvenientes que apaleaban sus deseos, pero sabía que Sandra no las tenía todas consigo. Que grandes dudas la acuciaban. 

Ana, sin duda, aún tenía cosas que decir.

                                     (Continuará)