martes, 20 de enero de 2015

¿Dónde está Antonio?





Son las once y media del Lunes Santo y las calles del barrio lucen incomparables, aunque sean las mismas de siempre ante el acontecimiento casi inminente que se espera.

La plaza, animada, deja vislumbrar un aire de incontenida emoción y alegría; banco ocupados de almohadas y fajas, veneras que bombean orgullosas simulando corazones palpitantes. Propios y extraños custodian las puertas del templo pastoreño y aguardan pacientes que finalice la misa de Acción de Gracias para poder contemplar, un año más aunque siempre parezca la primera vez, el áureo gabbatha convertido en Misterio.

Cielos albos de nubes que muestran un exhuberante celeste, y el sol -el ansiado- se pavonea luciendo majestuoso, coronando la recoleta plazuela. Todo parece perfecto. Nada hace sospechar que el tan anhelado día pueda verse truncado. El vaivén de personas trasegando entre Maldonado y Marconi denota que todo sigue bien. Sonrisas cómplices que alivian tensiones. Abrazos a aquellos que han llegado de otras tierras para cumplir la tradición y revestirse de blancos, rojos y azules o que, por contra, han dejado sus hábitos tendidos sobre la cama, a modo de no deseada penitencia, y traen consigo nuevas y futuras devociones de desconfiadas miradas ante la novedad.

Arriba, donde la Casahermandad, todo fluye. Se ultiman los preparativos. Todo está listo. Quien eche un vistazo a sus estancias observará un desorden que llama la atención, y se hace realidad la ficción que hace unos meses se plasmaba en esos cachivaches y papelajos hoy esparcidos por cualquier sitio.

Sin embargo, abajo, en la parroquia, un detalle llama la atención. Ha pasado casi desapercibido para el visitante. Un simple detalle... Un ejemplo de cómo, a pesar de todo, el ser humano sigue sintiendo la necesidad de no olvidar, o mejor dicho, de recordar cosas, momentos, situaciones y personas. 

Alguien, a quien la curiosidad no le permite obviar ese detalle, se acerca a uno de los que custodian las andas y, con intriga, pregunta: "¿Por quién está esa pértiga inclinada sobre la delantera del paso?".

Ese ejemplo.

Este año nos ha dejado una persona fundamental, pasando inadvertido pero imprescindible para conocer el auténtico sentido de la palabra que tanto usamos y poco comprendemos: Hermandad. Alguien que ha sido para muchos una motivación, por cuanto representaba como persona y como cofrade; capaz de convertirse, tan solo con su personalidad, paciencia y una perenne y agradecida sonrisa, en referente a seguir.

Es muy sencillo buscar palabras que engrandezcan a la persona cuando ésta fallece. Sin embargo, cuando son capaces de expresar un sentimiento, sorprende, sobre todo cuando a través de ellas se descubre una realidad latente que permanecía oculta en muchos y que, por desgracia, no mostramos en los momentos oportunos. 

Esa realidad es el cariño que sale al exterior mostrándose en lágrimas.

Este año, cuando el Lunes Santo asome por las esquinas del antiguo lugar de las albinas de la Puente y pasee por sus calles, revoltoso y agitado, se dirá: "¿Dónde está Antonio? No lo he visto por ningún lado, ni he oído su voz en toda la mañana".

Antonio, querido Lunes, ha ido a visitar al mismo Padre. Ha sido invitado de honor en el palco único del Cielo, y allí está. 

Cuando doblen las campanas alegres, jugueteando con los vientos de esta bendita Isla, y desde la plaza las oraciones se conviertan en notas sobre pentagramas; cuando la Cruz de Guía torne por Real y Salud bendiga con su discurrir al pueblo que la clama; cuando Jesús coronado se presente más allá de las lindes de su barrio y todo el cortejo penitencial enfile su caminar hacia la Carrera Oficial, allí también estará Antonio. Sentado en su alto palco, dando la venia al Fiscal con su sempiterna sonrisa, saludando con la humildad de siempre, inclinando con suavidad la cabeza a cada uno de los que pasemos ante su celestial entarimado.

Querido Antonio, este año seguiremos contando contigo porque, sin duda, desde muy temprano te esperaremos para preparar el ágape para después de la salida procesional de ese lunes tan esperado, y te reclamaremos, como salvavidas, en busca de aquello que Salvador no encuentra. Iremos a a la caseta, cuando la Feria, esperando verte ya ataviado en la cocina con tu inmaculado delantal, preparando con paciencia la masa de tus tortillitas de camarones. Te instaremos en cada necesidad que nos surja...

Añorado Antonio, disfruta de la paz que solo el de Arriba sabe dar, que aquí nunca dejaremos de quererte y recordarte